miércoles, 14 de febrero de 2007

Comunidad Cultural y Participación Ciudadana


- una lección no aprehendida-
*Nota Publicada por Agencia Notimex

por Vianka R. Santana
derechocultural@yahoo.com.mx
Como el dibujo asimétrico de un electrocardiograma, con líneas absolutamente ascendentes y pronunciados declives, hemos ido leyendo en los últimos quince años, la historia de la vida cultural en Baja California.
En ella, momentos de gran actividad teatral independiente, cuando las Muestras era el resultado de una “muestra”, cuando las instituciones producían discos con lo mejor del rock local, cuando exponer en el CECUT era un derecho y no un privilegio reservado, cuando las publicaciones –que siempre han sido escasas- no se reservaban para los mismos escritores, cuando había un Vizcaíno, un Jorge Andrés, un Felipe Almada, un Ricardo Peralta o un Eduardo Arellano…

El asunto es que siempre –afortunadamente- hemos contado con personajes por los cuales sentirnos congratulados, individuos que han dejado una marca por su talento pero también por su osadía, algunos se han ido, otros aun siguen aquí dibujando rutas y dándole sentido a la creación de muchos otros en la fotografía, la plástica, la música, la danza, el teatro, la experimentación cinematográfica y las letras.
Sin embargo como en las grandes obras, se requiere de la puntual participación de todos y cada uno de los actores.

Por eso, hablar de la participación ciudadana como lago no aprehendido, es hablar de un ejercicio que no hemos practicado con la suficiente frecuencia y disciplina, tal vez por la recurrente confusión con respecto a la política y la cultura.

Sin embargo, hay una especie de inmanencia política en la obra artística que necesariamente se deriva del tiempo y la circunstancia en que inscribe su creación, pues más allá del impulso o la motivación aparente, siempre hay una historia detrás, un hilo de razones que dan coherencia y consistencia a la obra de un creador en su conjunto.

El artista es necesariamente un ser político, es decir, no puede sustraerse a su entorno y además, la naturaleza de su oficio le exige un sentido crítico y constructivo, y aun en el caso de las creación más dispersas o aparentemente caóticas, existe siempre un lenguaje subyacente –a veces inconsciente, a veces premeditado- que habla por sí solo y refiere posturas ante la vida y ante los demás.

Desafortunadamente pareciera que nos hemos conformado con la idea falsa de que la política es un asunto que incumbe solamente a un ámbito y un sector específico de la sociedad relacionado con los poderes fácticos, cuando en realidad la política es la forma en que hemos aprendido y a la que hemos recurrido como vía de interacción, de construcción y deconstrucción de nuestros procesos sociales.

Acaso la falta de claridad pudiera ser un elemento a considerar, para entender por qué la comunidad artística tiende a distanciarse de las instituciones o en el peor de los casos, asume que su relación con las estructuras de gobierno debe permanecer intacta, a fin de mantener abierta la posibilidad a una comprensión de su oficio. Que en otras palabras, no es sino un miedo manifiesto a hacer recurso de la crítica y el escrutinio, por temor a no poder gozar de un apoyo que de ninguna forma es un privilegio, sino un derecho.

El problema es que la falta de información hace al creador un sujeto vulnerable, ya que al olvidar que las instituciones emanan de un gobierno que se debe al pueblo y que están ahí para servirlo, lo llevan a rechazar su propia responsabilidad ciudadana a participar, evaluar y exigir, lo que invariablemente lo conduce al terreno medroso y gris de la apatía.

Pero el problema de la desinformación afortunadamente no es una situación ni generalizada ni necesariamente permanente, el mundo en su conjunto ha contado históricamente con artistas que además de crear obras que han trascendido por su cualidad y universalidad, han sido también voces líderes que han marcado derroteros y le han dado sentido a la obra y creación de otras generaciones.

Aquellos artistas e intelectuales que se saben poseedores de la responsabilidad implícita de la creación, del privilegio de poder expresarse con libertad a través de una estética propia, no han tenido reparo en levantar la voz para convocar, conciliar, cuestionar y demandar a los habituales depositarios de los poderes transitorios, un mejor desempeño y cumplimiento de sus encargos institucionales.
Y para ejemplos está Almodóvar y Bosé cuestionando públicamente el gobierno de Zapatero, está Juan Villoro y González Casanova, signando el Encuentro en México de la Organización de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad, están las más de 100 firmas de los artistas de Nuevo león en 2005, en el intento de “Propiciar la participación ciudadana de los artistas e intelectuales y su derecho a intervenir en la definición y correcta aplicación de las políticas culturales y en la defensa de los valores democráticos”.
Están los escritores, artistas y académicos Venezolanos, cuestionando las formas de censura, está el recuerdo “De las obligaciones de la razón (al mayoreo y al menudeo)”, en la exposición de artistas mexicanos en defensa del voto ciudadano en agosto de 2006, donde estaba presente la rúbrica de José María Pérez Gay, David Huerta, Coral Bracho, Daniel Giménez Cacho y Carlos Monsivais, entre muchos otros.

Por ello es necesario recordar que existe una Ley de Participación Ciudadana expresada no solo en las leyes de Baja California, sino en la Constitución misma. En ella, es muy claro el hecho de que una de las vías es la Iniciativa Ciudadana, ya que de otra manera es difícil construir y mantener los principios rectores que son: la libertad, la democracia, la corresponsabilidad y la equidad principalmente.

El diálogo entre instituciones y creadores no solo es necesario es obligatorio. Nuestros representantes de menor a mayor escala, deben ser responsables de su encargo y el privilegio que implica el poder hablar por los demás, el poder estar en situaciones que les permiten aportar y mejorar las condiciones para el desarrollo artístico y cultural de Baja California. Y ello incluye a todos:
1.- A los Consejeros Ciudadanos de la Junta de Gobierno del IMAC – para que hagan presencia en las juntas de COPLADEM y para que conozcan a los creadores -.
2.- A los miembros del Consejo Consultivo del Instituto de Cultura de Baja California –para recuerden que están ahí para propiciar mejores condiciones y oportunidades para la colectividad y no, para allegarse beneficios en su condición de creadores individuales-.
3.- A los miembros del Patronato del Centro Cultural Tijuana –que casi nadie sabe quiénes son ni qué han hecho-.
4.- A los Regidores de las Comisiones de Cultura en los Ayuntamientos – para que defiendan los presupuestos los Cabildos-.
5.- A los Diputados Locales comisionados a Cultura en el Congreso –para que respondan a las preguntas expresas de la comunidad y para que presenten informes periódicos-.
6.- A los Directivos de las Instituciones de Cultura - para que recuerden que existe una comunidad artística de Baja California que debe ser prioritaria en sus agendas-.

Pero todos estos actores de la política cultural y el ámbito de las instituciones, no completan la composición sin la necesaria presencia activa de los artistas, académicos e intelectuales. De otra forma, en un sistema que tiende a ignorar todo se vuelve un lenguaje babilónico, donde es fácil inferir y errar, si no se cuenta con una plataforma adecuada y transparente para ésa interacción necesaria entre gobierno y comunidad llamada democracia.