miércoles, 31 de enero de 2007

Cultura Federal











-Trazo Previsible-
*Publicada en Suplemento Identidad Periódico El Mexicano

Por Vianka R. Santana

Tal parece que el escenario de la cultura federal para este sexenio nos augura una burda representación, donde los ejecutantes de la nueva política pública han sido mezclados de tal suerte, que actores de oficio han sido relegados a papeles secundarios, para dar lugar protagónico a los visibles compromisos adquiridos a lo largo de una cuestionable campaña electoral.

Así, no son de sorprender las designaciones ni las ratificaciones que el nuevo titular del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, ha dado ha conocer en las últimas semanas. Esto, solo viene a refrendar una lectura que se venía haciendo cada vez más legible desde las trincheras de la campaña, donde figuras del nivel de Poniatowska, Monsivais, o Paco Ignacio Taibo, eran simplemente incomprensibles para el sector de la ultra derecha. Así pudimos ser testigos de los “cambios climáticos” en los que creadores como Xavier Velasco, Jorge Volpi o José Luis Cuevas, fueron haciendo uso de sus espacios para abonarle a una visión que evidentemente tiene importantes fracturas y distanciamientos con la realidad social y cultural de México. Aunque en los días inmediatos a la toma de posesión, pudimos escuchar también –con evidente desencanto- declaraciones irónicas como las de Leñero en IMER, quien agradeció que personajes como Jesusa Rodríguez no hubieran podido acceder a instituciones como CONACULTA.

Por eso ahora las declaraciones de la nueva titular de la dirección de culturas populares –ex diputada panista- Carla Rochín, no sorprenden cuando declara en medios que ahora sí van a “llevar cultura a los indígenas”, como no sorprende la “errata” de 45 millones de pesos, que en la designación del presupuesto de egresos para el 2007 omite el apoyo a 247 proyectos a lo largo de la república. No, definitivamente desde el sexenio anterior, ya nos venían preparando psicológicamente para escuchar cosas como estas y como aquellas de confundir a Márquez con Vargas Llosa, censurar a Fuentes, designar a Adal Ramones como promotor de la lectura o declarar un México lector en el marco del alza al impuesto del libro.

El asunto es que a pesar de la reiterada estrategia de ignorar que la inequidad social responde a una falta de cobertura de garantías fundamentales, y aunque pareciera que ya nada puede sorprendernos, parece que lo que sí consigue es seguirnos llenando de rabia.

Como nos llena de rabia la pretensión de licitar para usufructo comercial y turístico espacios patrimoniales como Teotihuacan, con la venia del INAH, sin tomar en consideración lo establecido en el apartado de patrimonio cultural de los tratados signados por México ante la ONU, y sin reparar en recomendaciones recientes como las hechas por el coordinador del proyecto UNESCO–Xochimilco, con relación a la necesidad de reorientar las políticas patrimoniales.

- Pero aquí lo nuestro:

En el sexenio anterior vimos levantarse una estructura física -aun inconclusa- en lo que antes fuera el jardín prehispánico caracol, y vimos caer una institución que habiendo tenido recursos e infraestructura física para desarrollar un importante proyecto académico de artes escénicas en el Noroeste, se desmoronó vertiginosamente ante la mirada expectante de la comunidad teatral, toda vez que dejó de ser útil y rentable a los intereses de un pequeño grupo que durante algo más de una década, se sirvió del teatro olvidando que estaban ahí para servirlo a él. Así, en una atropellada y súbita reunión con Saúl Juárez –ahora director general de bibliotecas- fuimos convocados para presenciar un acto más de prestidigitación burocrática, donde una asociación civil (aparente), fue convertida en gerencia de una instancia oficial; al menos esa fue la explicación que en ése momento se dio a la comunidad teatral. Sin embargo, la encomienda institucional delegada en el titular designado –quien gozaba por cierto de confianza y buena disposición de los creadores locales- aun hoy no ha quedado clara, y pareciera que la transición de CAEN ha dejado más vacío el vacío (válgame la expresión) y un panorama incierto, excepto tal vez para aquellos que en el beneficio de la proximidad, han venido gozando del recurso para producciones al margen de toda convocatoria o mecanismo de preselección.

Pero hay que recordar que es necesariamente consecuente, que la visión centralista de la federación baje inexorablemente hasta todos aquellos ámbitos de competencia –aunque afortunadamente esto no significa que sea asimilada en todos los casos-, por lo que también en el terreno estatal y local hubo significativas lesiones al desarrollo cultural.

En ese sentido, atestiguamos también el advenimiento de personajes sin el necesario perfil profesional en puestos directivos tanto en la institución de cultura estatal como en la paramunicipal. Situación que evidentemente trajo consigo la caída de proyectos, el seguimiento de programas, y el ascenso inusitado de nuevos creadores, que han contado con la buena fortuna de tener los amigos estratégicos en el instante preciso.

El asunto es que ahora pareciera que no podemos dar marcha atrás ni hacer nada ante las promesas que amenazan continuar esa concepción estrecha del arte y la cultura. Una visión que tiende a desvincularse de los sectores creativos, de la consulta con los miembros de la comunidad cultural. Esa visión de puertas cerradas donde la cultura es un acontecimiento que debe suceder dentro del espacio físico delimitado institucionalmente, y donde cada día se pierde más el contacto con las comunidades y aquellos sectores de la población que se encuentran no solo en la vulnerabilidad social sino en la cultural.

La ratificación de la directora general del CECUT, independientemente de las fortalezas y debilidades de su gestión en el sexenio pasado, no es un mensaje alentador que envía la federación a los artistas y creadores de la región. Por el contrario, es una clara muestra de una intención de seguir en el ejercicio despótico de los nombramientos sin consenso, del no dar lugar a la alternancia, a la retroalimentación con los sectores independientes, y de seguir ejerciendo ese poder que parece conferirles la función pública, para imponer criterios, personajes y rutas que se ajusten a un proyecto de nación que no parece entender ni valorar, que la cultura no es un fragmento de la realidad, sino el hilo conductor en todos y cada uno de los procesos, sociales, económicos y políticos.

Por todo eso, es importante que la comunidad cultural con todos los sujetos que la integran, recuerde no solo sus derechos sino su obligación de ser parte de la construcción de las políticas públicas, a través de la participación y la gestión ciudadana, derecho y responsabilidad expresados constitucionalmente.
De otra manera, desde la distancia, el escepticismo y la desinformación, cada vez estaremos más lejos de incidir en los procesos y las decisiones que nos atañen a todos. De ahí la necesidad de participar, de hacerse presentes no solo en los actos inaugurales y los convites, sino en las reuniones del COPLADEM, en los foros de consulta, y en todos aquellos espacios donde la convergencia y la interacción de ideas y necesidades sea factible.

Parece que la fiesta apenas empieza, los bufones del rey se desperezan aun en los camerinos mientras alistan sus parlamentos para iniciar la representación. El director frota ansiosamente la batuta desde el foso de la orquesta esperando el arribo de Protágonos quien sujeta en su mano derecha la fina línea dramática…

Todo parece estar listo tras bambalinas, y sólo hay un inconveniente: la pretensión de obligarnos a presenciar una función, para la que no todos quisimos pagar boleto.

martes, 23 de enero de 2007

Los imaginarios de la Cultura












*Publicada en Suplemento Identidad, Periódico El Mexicano

Imágen: Franco Méndez Calvillo.

Artista Tijuanense






Por Vianka R. Santana
derechocultural@yahoo.com.mx

En la persistencia de los paradigmas en la interpretación del contexto nacional y local en términos de cultura, subyace una suerte de realidad implícita, que nos remite necesariamente a un recurrente y sistematizado desprecio gubernamental por las cuestiones del arte y la diversidad cultural. Como si se tratara de mundos opuestos, distantes, divididos, el Estado Mexicano ha postergado una y otra vez, la necesidad y su obligación de abrir un diálogo permanente con los diferentes actores y sectores de la sociedad civil, para una construcción verdaderamente democrática de las políticas públicas.

Así, casi en el abandono y la ausencia de estructuras e infraestructura suficiente para el desarrollo cultural, artistas, intelectuales y comunidades que preservan sus usos y costumbres, han encontrado y configurado su propia realidad, sus propios referentes y espacios de interlocución y autogestión, a fin de dar curso a un flujo que no puedo detenerse aun en la vulnerabilidad y la desprotección social.

Esto nos ha llevado a nuevos imaginarios colectivos, nuevos escenarios sociales, donde la cultura ha debido resistir los embates de los recortes presupuestales, la visión asistencialista federal que no plantea proyectos
a largo plazo, sino que trabaja para la inmediatez, para el “relumbre” burocrático, para la portada del diario y no, para la producción profunda de mecanismos de acción, preservación y difusión del arte y cultura propios. Es decir, en esta visión renuente del Estado hacia el trabajo profundo, se dilapida gran parte del recurso en acciones –que si bien pueden ser significativas- resultan en el espectro del tiempo, en meros paliativos y panaceas que no resuelven la situación de fondo. Prueba de ello es el sistema de becas que a través de convocatorias estrechas no brinda las herramientas suficientes para garantizar la creación a mediano y largo plazo, no ofrece oportunidades equitativas para el amplio sector de los creadores, y no facilita la confianza en el sistema, a lo que además debe sumarse el frecuente ejercicio de la adjudicación a los cercanos, los simpatizantes del poder en turno, o a los que a fuerza de hacer ante sala, logran hacerse un espacio que legítimamente les corresponde a otros.

En esta concepción parcial y mediática del gobierno con respecto al ejercicio de la función pública, se han postergado valores fundamentales como la obligación de dar cobertura cabal a los derechos culturales, lo cual no solo incluye la creación de megabibliotecas, centros estatales o nacionales para la enseñanza artística, sino la cobertura social, la protección en términos de vivienda, alimentación y asistencia médica, para todos aquellos que por la naturaleza de su oficio y condición, viven de trabajos intermitentes sin la debida protección de que gozan otro sector importante de los ciudadanos. En otras palabras, al Estado se le ha olvidado que el artista, el creador es un sujeto de derecho y no, un sujeto de asistencia.

Con la sola reorientación de esa percepción, se podrían concebir cambios fundamentales en el desarrollo cultural. Pero mientras se considere que el artista es sujeto de la protección, de programas efímeros y de “apoyos” llámese “becas, subvenciones o estímulos”, persistirá la visión asistencialista, en la que el gobierno no asumirá enteramente su encargo de crear las estructuras y tender los lazos pertinentes, para que TODOS y cada uno de los actores y sectores que participan directamente en los procesos de divulgación y creación artística, cuenten con la cobertura de lo que jurídicamente les corresponde. En ése sentido, habría que pensar que más allá de los premios, las medallas y las becas, hay también que destinar el mayor recurso posible a la profesionalización, a la enseñanza, a la protección del patrimonio cultural (pero no al recate de edificios que a fuerza de acostumbrarnos a su presencia con los años, creemos que son bienes patrimoniales), más allá de los edificios –que si bien pueden ser legítimamente dignos de rescate-, está el patrimonio intangible, los acervos de la razón, de la percepción, de la creación estética.


Sin embargo, esta nueva reconcepción de un creador como sujeto de derecho, implica también una nueva postura de artistas y creadores ante el Estado mismo. Con esto quiero decir que ése escenario, el artista debe asumir una postura responsable, crítica y coherente ante su propia obra y la de los demás, así como ante las estructuras oficiales, lo que implicaría necesariamente que un creador sujeto de derecho, es un creador sujeto de obligaciones.
Pero es ahí donde desafortunadamente no hemos avanzado, tal parece no hemos encontrado como gremio la forma de trabajar interdisciplinariamente, conformándonos con el simulacro de los apoyos oficiales, asumiendo –en muchos de los casos- posturas indefinidas, grises, acríticas, temerosas, ante el funcionario y ante el Estado mismo. Es decir, mientras el artista se asuma como alguien que debe ser “apoyado, ayudado, promovido e impulsado” por las instituciones y los funcionarios, guardará cierta servidumbre ante ellos. Pero mientras se asuma en su condición de alguien a quien el Estado está obligado a darle cobertura de sus garantías inalienables e intransferibles, tendrá una postura de igualdad y dignidad, ante sujetos y estructuras oficiales.

Así, el asunto de la coherencia personal, de la definición y la autocrítica a la estética y la capacidad propia, es un elemento en juego –que si bien puede ser peligroso en tanto que nos confronta con nuestros verdaderos límites-, es crucial en la reconfiguración de un verdadero diálogo entre gobierno y comunidad artística.

“Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”, si el recurso se destina a la encomienda para la que fueron creadas cada una de las instituciones de educación, arte y cultura oficiales, seguramente habrá menos menciones honoríficas, menos personal inexplicable, menos eventos y festivales emergentes, pero muy seguramente habría cimientos para construir nuevos espacios para la creación y desarrollo cultural.