martes, 23 de enero de 2007

Los imaginarios de la Cultura












*Publicada en Suplemento Identidad, Periódico El Mexicano

Imágen: Franco Méndez Calvillo.

Artista Tijuanense






Por Vianka R. Santana
derechocultural@yahoo.com.mx

En la persistencia de los paradigmas en la interpretación del contexto nacional y local en términos de cultura, subyace una suerte de realidad implícita, que nos remite necesariamente a un recurrente y sistematizado desprecio gubernamental por las cuestiones del arte y la diversidad cultural. Como si se tratara de mundos opuestos, distantes, divididos, el Estado Mexicano ha postergado una y otra vez, la necesidad y su obligación de abrir un diálogo permanente con los diferentes actores y sectores de la sociedad civil, para una construcción verdaderamente democrática de las políticas públicas.

Así, casi en el abandono y la ausencia de estructuras e infraestructura suficiente para el desarrollo cultural, artistas, intelectuales y comunidades que preservan sus usos y costumbres, han encontrado y configurado su propia realidad, sus propios referentes y espacios de interlocución y autogestión, a fin de dar curso a un flujo que no puedo detenerse aun en la vulnerabilidad y la desprotección social.

Esto nos ha llevado a nuevos imaginarios colectivos, nuevos escenarios sociales, donde la cultura ha debido resistir los embates de los recortes presupuestales, la visión asistencialista federal que no plantea proyectos
a largo plazo, sino que trabaja para la inmediatez, para el “relumbre” burocrático, para la portada del diario y no, para la producción profunda de mecanismos de acción, preservación y difusión del arte y cultura propios. Es decir, en esta visión renuente del Estado hacia el trabajo profundo, se dilapida gran parte del recurso en acciones –que si bien pueden ser significativas- resultan en el espectro del tiempo, en meros paliativos y panaceas que no resuelven la situación de fondo. Prueba de ello es el sistema de becas que a través de convocatorias estrechas no brinda las herramientas suficientes para garantizar la creación a mediano y largo plazo, no ofrece oportunidades equitativas para el amplio sector de los creadores, y no facilita la confianza en el sistema, a lo que además debe sumarse el frecuente ejercicio de la adjudicación a los cercanos, los simpatizantes del poder en turno, o a los que a fuerza de hacer ante sala, logran hacerse un espacio que legítimamente les corresponde a otros.

En esta concepción parcial y mediática del gobierno con respecto al ejercicio de la función pública, se han postergado valores fundamentales como la obligación de dar cobertura cabal a los derechos culturales, lo cual no solo incluye la creación de megabibliotecas, centros estatales o nacionales para la enseñanza artística, sino la cobertura social, la protección en términos de vivienda, alimentación y asistencia médica, para todos aquellos que por la naturaleza de su oficio y condición, viven de trabajos intermitentes sin la debida protección de que gozan otro sector importante de los ciudadanos. En otras palabras, al Estado se le ha olvidado que el artista, el creador es un sujeto de derecho y no, un sujeto de asistencia.

Con la sola reorientación de esa percepción, se podrían concebir cambios fundamentales en el desarrollo cultural. Pero mientras se considere que el artista es sujeto de la protección, de programas efímeros y de “apoyos” llámese “becas, subvenciones o estímulos”, persistirá la visión asistencialista, en la que el gobierno no asumirá enteramente su encargo de crear las estructuras y tender los lazos pertinentes, para que TODOS y cada uno de los actores y sectores que participan directamente en los procesos de divulgación y creación artística, cuenten con la cobertura de lo que jurídicamente les corresponde. En ése sentido, habría que pensar que más allá de los premios, las medallas y las becas, hay también que destinar el mayor recurso posible a la profesionalización, a la enseñanza, a la protección del patrimonio cultural (pero no al recate de edificios que a fuerza de acostumbrarnos a su presencia con los años, creemos que son bienes patrimoniales), más allá de los edificios –que si bien pueden ser legítimamente dignos de rescate-, está el patrimonio intangible, los acervos de la razón, de la percepción, de la creación estética.


Sin embargo, esta nueva reconcepción de un creador como sujeto de derecho, implica también una nueva postura de artistas y creadores ante el Estado mismo. Con esto quiero decir que ése escenario, el artista debe asumir una postura responsable, crítica y coherente ante su propia obra y la de los demás, así como ante las estructuras oficiales, lo que implicaría necesariamente que un creador sujeto de derecho, es un creador sujeto de obligaciones.
Pero es ahí donde desafortunadamente no hemos avanzado, tal parece no hemos encontrado como gremio la forma de trabajar interdisciplinariamente, conformándonos con el simulacro de los apoyos oficiales, asumiendo –en muchos de los casos- posturas indefinidas, grises, acríticas, temerosas, ante el funcionario y ante el Estado mismo. Es decir, mientras el artista se asuma como alguien que debe ser “apoyado, ayudado, promovido e impulsado” por las instituciones y los funcionarios, guardará cierta servidumbre ante ellos. Pero mientras se asuma en su condición de alguien a quien el Estado está obligado a darle cobertura de sus garantías inalienables e intransferibles, tendrá una postura de igualdad y dignidad, ante sujetos y estructuras oficiales.

Así, el asunto de la coherencia personal, de la definición y la autocrítica a la estética y la capacidad propia, es un elemento en juego –que si bien puede ser peligroso en tanto que nos confronta con nuestros verdaderos límites-, es crucial en la reconfiguración de un verdadero diálogo entre gobierno y comunidad artística.

“Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”, si el recurso se destina a la encomienda para la que fueron creadas cada una de las instituciones de educación, arte y cultura oficiales, seguramente habrá menos menciones honoríficas, menos personal inexplicable, menos eventos y festivales emergentes, pero muy seguramente habría cimientos para construir nuevos espacios para la creación y desarrollo cultural.

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